Ayer me ocurrió algo insólito. La mañana de Domingo amaneció con una densa niebla y las temperaturas habían bajado hasta los 3º, “una atmósfera perfecta”, me dije, “para quedarme en casa y abrir mi caja de labores”.
Las horas pasaban volando absorta en mi mundo crochet, cuando empezaron a abordarme toda una lluvia de pensamientos: “cómo puede ser que disfrute tanto? no me estaré obsesionando?”
En fin, no le di importancia. El día se había ido despejando, así que decidí salir a dar una vuelta para desconectar un poco. Aunque nada más lejos de lo que ocurrió, todo me recordaba a esta afición; un chico con una bufanda larguísima tejida a mano, unos niños jugando con sus gorritos de lana y por último, una bici completamente crochetada... Parecía que tuviera un radar especial para detectar todo aquello tejido a mano. “Definitivamente veo crochet en todas partes” pensé.
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